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terça-feira, 19 de julho de 2011

PALAVRA DO SENHOR PARA O DIA DE HOJE







Daniel Cueva Casanova
Liturgia: Primera Lectura, Salmo, Evangelio y Reflexión:
«Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de Mi Padre, que está en los cielos, Ése es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre.»... solo Juan se quedó con Su Madre al pie de La Cruz, por lo tanto ellos cumplieron La Voluntad de Dios y en consecuencia Ella, ...
Exhortación Julio
Liturgia: Primera Lectura, Salmo, Evangelio y Reflexión:
«Estos son mi madre y mi...s hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de Mi Padre, que está en los cielos, Ése es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre.»... solo Juan se quedó con Su Madre al pie de La Cruz, por lo tanto ellos cumplieron La Voluntad de Dios y en consecuencia Ella, María Santísima, «Es Su Madre», y Juan en quien estamos todos representados, «es Su hermano», y por tanto, todos los que digamos «Hágase hasta el final, seremos Sus hermanos».

16º Semana del Tiempo Ordinario 19 de Julio de 2011

Liturgia de las Horas: 4ta. Semana del Salterio
Color: Verde
Santoral
Santas Justa y Rufina, Vírgenes y Mártires
Justa, Rufina, Arsenio

Martirologio y efemérides latinoamericanos: 19.7.1983: Yamilet Sequiera Cuarte, catequista, Nicaragua.


Lecturas de la liturgia
Exodo 14, 21--15, 1 / Mateo 12, 46-50
Salmo Responsorial: Exodo 15, 8-9. 10 y 12. 17 (R/. 1b)
R/. "Cantaré al Señor, sublime es su victoria"

Primera Lectura: Exodo 14, 21-31; 15,1
"Los israelitas entraron en el mar sin mojarse"
En aquellos días, Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y dividió las aguas. Los israelitas entraron en el mar y no se mojaban, mientras las aguas formaban una muralla a su derecha y a su izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución y toda la caballería del faraón, sus carros y jinetes, entraron tras ellos en el mar.
Hacia el amanecer, el Señor miró desde la columna de fuego y humo al ejército de los egipcios y sembró entre ellos el pánico. Trabó las ruedas de sus carros, de suerte que no avanzaban sino pesadamente. Dijeron entonces los egipcios:
«Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto».
Entonces el Señor le dijo a Moisés:
«Extiende tu mano sobre el mar, para que vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».
Y extendió Moisés su mano sobre el mar, y al amanecer, las aguas volvieron a su sitio, de suerte que al huir los egipcios se encontraron con ellas, y el Señor los derribó en medio del mar. Volvieron las aguas y cubrieron los carros, a los jinetes y a todo el ejército del faraón, que se había metido en el mar para perseguir a Israel. Ni uno solo se salvó.
Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar. Las aguas les hacían muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos en la orilla del mar. Israel vio la mano fuerte del Señor sobre los egipcios, y el pueblo temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, Su siervo. Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron un cántico al Señor.

Interleccional: Exodo 15
Alabemos al Señor por su victoria.

Al soplo de tu ira las aguas se agolparon, el oleaje se irguió como un gran dique y el mar quedó cuajado.
R. Alabemos al Señor por su victoria.

El enemigo dijo: «Iré tras ellos a alcanzarlos, repartiré el botín, saciaré mi codicia, empuñaré la espada, los matará mi mano».
R. Alabemos al Señor por su victoria.

Pero sopló tu aliento y el mar cayó sobre ellos; en las temibles aguas como plomo se hundieron. Extendiste tu diestra; se los tragó la tierra.
R. Alabemos al Señor por su victoria.

Tú llevas a tu pueblo para plantarlo en el monte que le diste en herencia, en el lugar que convertiste en tu morada, en el santuario que construyeron tus manos.
R. Alabemos al Señor por su victoria.

Evangelio: Mateo 12, 46-50
"Señalando a los discípulos, dijo: éstos son mi madre y mis hermanos"
En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo entonces a Jesús:
«Oye, allí fuera están Tu madre y Tus hermanos, y quieren hablar Contigo».
Pero Él respondió al que se lo decía:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»
Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:
«Estos son Mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de Mi Padre, que está en los cielos, Ése es mi hermano, Mi hermana y Mi madre».

Reflexión:
La mano fuerte del Señor que siempre está con los más necesitados, por quienes claman a Él desde el fondo de sus entrañas. Y es que un Padre como Dios no queda inerte sin ayudar a Sus hijos. El Señor, por ello, extiende Su mano fuerte y nos libra del mal, entiéndase que el mal del espíritu es en el que siempre Dios nos da la gracia para combatirlo. En efecto, Dios hace Su parte de imprimirte la gracia de que puedas ser librado del mal; es decir, que cuando algún tipo de debilidad te va a buscar, ya no lo hará mientras le pidas al Señor como lo dice El Padre Nuestro: «Y líbranos del mal». Efectivamente, Dios te puede librar del mal a según:
1. Si le pides a Dios que el mal no ronde por tus terrenos, y con ello no tendrás el asedio del enemigo, porque Dios al oír tu súplica, mantiene al enemigo distante.
2. Si le pides a Dios que aun cuando el mal haya llegado a tus terrenos, Dios te lo quita del camino para que puedas seguir con tu camino de santidad. Es decir, que viste el mal de lejos, pero se esfumó, porque fueron escuchadas tus súplicas. Éstas que hiciste antes o en el momento de que vieras «el mal».
3. Si le pides a Dios que aun cuando el mal haya no solo llegado a tus terrenos, sino, que has sentido y tienes «ya» en el corazón y en la mente la posibilidad de pecar, porque el «corazón» te da ese sentimiento de querer o no hacer algo, y en la «mente» igual, pues, piensas que puedes o no hacerlo. Pero en la mente se pueden dar dos casos:
3.1. Que solo lo pienses, como que ha sido un pensamiento que ha llegado a ti, a tu mente, pero lo desechas; es decir, que no gustándote los malos pensamientos, desechas ese pensamiento. Aquí no hay pecado porque no lo has deseado.
Pero no lo tienes en el «alma»; pues, si lo fuere, ya estarías en pecado, y para ello es necesario:
3.2. Que lo pienses y consientas en el pensamiento que esos malos deseos tramen o desees el mal para ti o para tus hermanos. Aquí si hay pecado, porque el pecado es también de pensamiento.
Una cosa es el «sentimiento» y otra el «consentimiento». Porque primero «sientes» que puedes pecar, y otra cosa es que «consientas» pecar, he aquí las «diferencias entre sentimiento y consentimiento», donde sentimiento, se siente en el corazón y en la mente, y el consentimiento, además de haberlo sentido, pasaron al alma, pues, al haber cometido pecado, tu alma se manchó.
Pero Dios te «libra del mal» y no deja que peques, «si y solo si» se lo has pedido y has hecho méritos penitenciales para cubrirte con las gracias del Cielo que por medio de María Santísima te han sido otorgados.
Y cuando el mal aun ha llegado a tus terrenos, Dios hasta cierto punto lo permite, porque es necesario que pruebes por tus propias decisiones que puedas decirle no a las tentaciones.
Es así queridísimo hermano, que el Interleccional del Éxodo 15 nos dice a la letra: «El enemigo dijo: «Iré tras ellos a alcanzarlos, repartiré el botín, saciaré mi codicia, empuñaré la espada, los matará mi mano»… es decir, el enemigo acecha, pero Dios te protege, pues añade: «Pero sopló Tu aliento y el mar cayó sobre ellos; en las temibles aguas como plomo se hundieron. Extendiste Tu diestra; se los tragó la tierra.»…
Y cuando ello ocurre, el hombre solo queda decirle a Dios: «Alabemos al Señor por Su victoria.».

Y El Sagrado Evangelio nos pide que reconozcamos La Voluntad Divina del Señor, la del Padre que Está en lo más alto, y que Sus designios, solo fueron cumplidos a cabalidad total por Jesús y María, pues, Él nos dice en El Padre Nuestro: «Hágase Tu Voluntad en la tierra como en El Cielo.»… y en el Huerto de Getsemaní: «Hágase Tu Voluntad y no la mía.»… Y en estas palabras se dan cuentas de que El Divino Redentor, solo vino a cumplir lo que El Padre le había pedido. En el primer «Hágase» El Señor Jesús «enseña» a que debemos decirle ello a Su Padre, y en Getsemaní lo pone en «práctica»; es decir, pasa de la teoría a la praxis, y es así que El Divino Maestro nos enseña esta práctica de piedad en el abandono a Dios para cumplir las más difíciles pruebas que se nos pongan.
Y en María sabemos que Su «Hágase» fue el momento cumbre del inicio de La Venida del Salvador; pues, al decirlo Ella inmediatamente Se Encarnó El Verbo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, y no era un momento de júbilo solamente; pues, si bien lo es el saber que El Hijo de Dios habitaría en Sus entrañas, es también un momento dramático, porque La Santísima Virgen, ve que decir «Hágase» implica una responsabilidad tremenda, pues:
- Tendrá que velar toda Su vida por El Salvador.
- Cuidar de Su alimentación.
- De Su enseñanza como hijo.
- De Sus cuidados maternales para que nada le faltara en tiempos de Su crecimiento, que por cierto, tuvieron que ser 30 años aproximadamente:
- En las tareas del hogar.
- En los estudios.
- En las enfermedades.
- En fin, en que no le suceda nada malo aun cuando era un niño que debía ser cuidado de manera especial, pues, Es El Hijo de Dios a Quien le habían encargado a María Santísima.
Momentos dramáticos que pasan por la mente de María Virgen y luego dice «Hágase».
Por ello es que María Es ratificada como Madre de Dios, cuando El Señor Jesús dice: «Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:
«Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de Mi Padre, que está en los cielos, Ése es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre.»... Es decir, que cuando señala a Sus discípulos, es porque ellos hasta el momento le habían dicho «Sí_Hágase» para seguirlo, pero bien sabemos que todos huyeron, Pedro lo negó, Judas lo traicionó, y solo Juan se quedó con Su Madre al pie de La Cruz, por lo tanto ellos cumplieron La Voluntad de Dios y en consecuencia Ella, María Santísima, «Es Su Madre», y Juan en quien estamos todos representados, «es Su hermano», y por tanto, todos los que digamos «Hágase hasta el final, seremos Sus hermanos».

(Por favor comparte esta información con toda tu red de contactos, muchos lo pueden necesitar; pues, El Señor Está llamando a la puerta. Ap. 3, 20.)

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